Ángel Rubio Marimón nos dejó en 2016

“Yo no vengo aquí a dar clase, yo vengo a ponerles la bola a mis alumnos”, es una de sus famosas frases, de esas que le caracterizaban y que le hicieron muy popular entre sus alumnos.

Ángel Rubio Marimón nacía el 25 febrero de 1935 en el pueblo madrileño de Valdeconejos. Se hizo profesional en 1970 y comenzó como Asistente de Maestro y jugador en la Academia de Golf Scratch.

“’Yo nací en el hoyo 3 de Puerta de Hierro…’, nos decía para explicar que su vida era el golf y que había nacido para él”, recuerda su hija Marta. “Cuando era Caddie en Puerta de Hierro, donde su padre segaba los greenes, les llamaban para hacer un recorrido con algún jugador. Entonces era Boliche, con alpargatas de esparto. Las bolsas eran de piel, los palos de hierro y las bolas inglesas eran muy caras porque era la posguerra y venía de importación empaquetadas en papel de seda. Las que se perdían o “pisaban” las recogían por la noche, lavaban y empaquetaban para volverlas a usar…No había carros y todo lo cargaban al hombro.

Cuando algún socio tiraba un palo, lo recogían y le cambiaban la empuñadura”.

“Los Caddies no podían jugar, pero sabían jugar todos muy bien: lo hacían de noche, donde no les vieran, poniendo una vela dentro del hoyo para que no la apagase el viento y poder localizarlo. Se jugaban los dineros a muerte. Uno de ellos se enfadó en una partida, hizo deposiciones en el hoyo y clavó la bandera. Al día siguiente, al recoger la bola en el hoyo…. intentaron encontrar al culpable. Algún jugador jugaba sin bola, daba el swing y se inventaba: “¿la has visto? Está ahí, en el green. Ésta me la doy.” Todos los caddies le seguían el juego…así no se perdía ninguna bola. “Vaya, ya se ha perdido la bola” -¿le pongo otra? Y hacía que le ponía otra. Se corrió la voz y era todo un espectáculo donde se reunía la gente”, recuerda Marta.

Se preocupaba por sus alumnos, incluso por uno al que después de 20 años no dejó por imposible: “ Lo que ha mejorado!! Ya puede jugar para divertirse”, recuerda su hija Marta, y es que el positivismo era el karma de su vida.

“Le gustaba mucho ir a buscar setas y sabía dónde se encontraban, pero no se lo decía a nadie. Algunos socios y alumnos cazadores le traia alguna pieza que él disfrutaba horrores. Tenía un gran sentido del humor, pero siempre era muy respetuoso y educado en sus bromas; su club de la esquina del sol en el Campo de prácticas era el punto de reunión del Golf. Muy amable, todas las cosas buenas se las decía a sus alumnas, a las que mimaba y protegía, para gran pique de sus alumnos masculinos que se sentían celosillos”, explica su hija Marta, que recuerda un poema divertido que su padre siempre repetía:

“Para jugar bien al Golf

hay una máxima sola,

no levantar la cabeza

hasta golpear a la bola”

de Calderón de la Canoa

Amaba el golf y enseñaba a amar el golf, a sentir el swing, a tener sensaciones al golpear la bola. “Esto está perdido, esto no tiene arreglo…ahí van, arrastrando la bola, el padre dando la clase para ahorrarse el profesor que ha aprendido a jugar al golf porque lo ha visto en un vídeo y leído en un libro y juega con bolas del campo de prácticas… y la madre con los tacones en el green. ¡Y juegan 8 en vez de 4!”, comentaba cuando veía estas cosas por el campo.

Su vida giraba en torno al golf, “Por ahí, a un golpe de hierro 7”, era su forma de describir las distancias. Amigo de sus amigos, le encantaba cuando algún socio de los antiguos venía a saludarle a su esquina del sol del Campo de Prácticas. En el Club, no dejaba de saludar al personal antiguo, recepción, vestuarios. Le encantaba sentirse querido por sus alumnos y jugadores. Era toda una institución… Apreciaba muchísimo a su jefe, Paco, y sus recuerdos de las clases en la cancha del barrio de Salamanca.

“Era el colmo de la hospitalidad. En las comidas de Méntrida para sus amigos-alumnos; haciendo la paella, era también un maestro. El chuletón es el mejor que hayamos comido nunca y también el melón. Para cenar, tortilla de patata.

Sus amigos escriben de él:

Muy agradecido a un gran empresario vasco que le dio trabajo nocturno en una subestación de Unión Fenosa, mal dormía la noche pero le permitía jugar al golf durante el día, tener un puesto de trabajo fijo, un piso.

Mientras tanto, Juli criaba a Marta, la hija más querida. Muy orgulloso de ella, contaba todos sus logros: su Máster en ABC, su estancia en EEUU, lo lista que es su nieta, lo bien que pinta su nieto…le enseñaba a hacer el swing en su casa de Méntrida con unas bolas huecas que no volaban para que no golpease a nadie.

-Lo hace muy bien, tiene estilo.

Allí, en la fachada tiene una baldosa de cerámica donde dice: ”Aquí vive un jugador de Golf”. La lucha para podar el seto, su parra, sus uvas, el orgullo por esa casa, sus vistas a los Montes, su perro, mezcla de Pastor y Lobo, noble.

Fue un buen hijo que recogió a su madre y la cuidó con Juli hasta su muerte, que fue otra hija para ella.

-Juli es un poco pesada, pero muy buena. Me cuida mucho, cose muy bien, me arregla la ropa. No sé qué hubiera sido de mí sin ella.

Le gustaba ir elegante, hecho un dandi al Club, con sus zapatos limpios, brillantes, polo, jersey y sus gorras, todas inglesas.

-Al Golf hay que venir bien vestido y bien limpio. Esto se está perdiendo…

Tenía mucha personalidad y dotes de liderazgo innatas, con ideas propias del Golf y del Swing, pensadas y meditadas desde la experiencia.

-Cuando yo me vaya, no den clase con nadie que les van a volver locos con el ángulo del filo del palo. Si no hay que decir nada, cada uno tiene su swing…Tú, como eres recogidita…

Tus amigos alumnos